1.1.11




Con un gemido ronco ascendiendo por mi pecho, solté mis propias amarras, las únicas que nos mantenían unidos a tierra, y nos hundimos en el torbellino. No puedo relatar si el ritmo fue rápido o fue lento, si giramos al unísono o desacompasados. Caímos dentro del agujero como dos náufragos en medio de la tormenta hasta que, llegados al mismísimo ojo del huracán, la tempestad estalló en una sinfonía de espuma y oleajes, de crestas blancas y violentos vaivenes, de abruptas pendientes y dunas interminables hasta que, cuando natura lo dispuso, nos arrojó exhaustos hasta la orilla donde yacimos abrazados, boqueando en busca de un poco de aire, del agua de nuestras propias bocas, del refugio de nuestros cuerpos estremecidos.

Rodamos sobre las sábanas fundidos el uno en el otro, nuestras mentes aún febriles por la pasión, nuestros corazones inflamados de amor y de ternura. Manos que toman las otras, dedos que acarician rostros, labios que los besos humedecen y se vuelven a secar al instante por el fuego que todavía les abrasa. Ojos que se bañan en las pupilas del otro, palabras que vuelan aladas, susurradas por unos labios pegados al oído del otro. Corazones que palpitan al unísono desgranando juntos las notas de un adagio eterno, un canto a la dicha y al placer.
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La felicidad llenaba tu mirada cuando te pregunté si estabas disfrutando con tu regalo. Abandoné tu boca descendiendo de nuevo hasta tus pechos. No te permití sospechar ni por un momento mis intenciones. Jugué con mis besos en tu vientre y con mi lengua en tus costados, haciéndote desearlo como nunca antes de lanzarme por sorpresa hacia tu sexo.
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Esta vez no te hice esperar tensando la cuerda hasta lo imposible. No jugué con tu deseo elevándote y hundiéndote en el abismo. Nada de control, nada de mando. Sólo gozo y placer. Sólo tu regalo. Me dediqué a pulsar las más deliciosas notas que tu cuerpo puede tañer. A tocar cada acorde que fui capaz de componer, dejando que se deslizara la voz cantante sobre sus compases con alegre armonía, ejecutando cada nota con un solo fin: el de provocar el más refinado placer, la sensación más gozosa. Los solos se fueron sucediendo descendiendo vertiginosos hacia las profundidades para emerger de nuevo,



victoriosos, sobre la espuma de la carne hasta que, cuando las trompas rasgaron el cielo con sus notas vibrantes, toda la orquesta se lanzó unida persiguiendo al solista rápido como el viento, directo hasta la diana.

No. Esta vez no se trataba de hacerte morir de gozo, de llevarte hasta un límite insoportable para hacer saltar la banca por los aires una y otra vez. No se trataba de usarte para mi gozo y disfrute, mi perfecta esclava, adiestrada y deliciosa hasta la perfección. Ni siquiera de desafiar la capacidad de gozo que es capaz de albergar tu cuerpo, afinado como un diapasón. No, cariño. Esta vez, mi amor, se trataba simplemente de regalarte el placer y la dicha. Simplemente eso. Un regalo de placer y de amor envuelto con un lazo de ternura. Mis manos lo tallaron para ti. Espero que lo hayas disfrutado.



†Kali

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